martes, 30 de marzo de 2010

LA COCINA MÁGICA (POR EDUARDO REVUELTA)

Tercer relato de "Gente que pasó por Casa Maruja ,Londres".
Esta vez nos lo envía Eduardo Revuelta (alias el tío Edu), con el que compartí estancia y peripecias en Casa Maruja, allá por el año 1996. Tengo que decir que desde que empecé a leer su magistral relato hasta el final no paré de reírme.

Aquí lo dejo para disfrute de quien se precie.

LA COCINA MÁGICA
Circulan todo tipo de teorías, algunas dentro de la ortodoxia científica, otras ya con claros componentes místicos para tratar de explicar como Maruja había logrado en la noche inmemorial de los tiempos, construir una cocina completamente equipada en un espacio inexistente.
Situado de espaldas a ella uno encontraba a pocos milímetros de su cara dos puertas que conducían a sendos dormitorios habitados por tres personas cada uno. Un poco a la derecha y sin solución de continuidad, una habitación más, individual, en la que por lo general moraba aquél cuya convivencia con los demás se hacía más dificultosa (sea esta una mujer Hippie y lunática con su hija adolescente o un señor calvo y flaco de Salamanca que siempre estaba de mala leche y con razón) y justo a un lado de esta última puerta, una especie de tornillo gigante de madera que suponíamos funcionaba como una especie de escalera por la que de vez en cuando se descolgaba alguien.
Siempre desde este punto de observación y a la izquierda, uno encontraba un pequeño tramo de escaleras que desembocaban en un recodo de uso triple: Girando a la derecha seguía bajando hacia la calle, al frente penetraba en un tumultuoso y concurrido salón de estar, y a la izquierda un cuarto de baño conocido por haber inspirado la famosa cita de Winston Churchill  “Nunca tan pocos hicieron tanto por tantos ”  (Tan pocos metros cuadrados por tantos usuarios).
Pero no estaría la escena completa si no nos diésemos la vuelta para extasiarnos ante el virtuosismo arquitectónico de esta cocina, verdadero altar culinario, centro neurálgico de la vida social y espiritual de la casa. A su derecha algo que pareciendo un frigorífico, hacía las veces de auténtico cuerno de la abundancia, siempre abarrotado alimentos que inexplicablemente nunca se agotaban por más comida que se extrajese de el.
En medio la inmaculada, virginal limpieza de unos fogones que veinte personas se encargaban de limpiar a diario. A la izquierda un fregadero mágico y compasivo que se ocupaba de fregarlo todo por nosotros (al menos eso creíamos)….y allí, dominándolo todo con su presencia, en el punto de fuga de todas las miradas: El tótem..la reliquia sagrada………LA CAFETERA DE ANTÓN!!!!......objeto venerado por todos nosotros, mitad Santo Grial mitad coño de la Bernarda que, aunque de apariencia humilde, se encargaba con su generoso vientre de dos tazas de alimentar a toda la casa de café…cobrándose un solo tributo. Una sola regla inviolable en aquella casa sin ley!!!!!!...úsala, pero déjala luego limpia como una patena!!!!!! Los pocos incautos que, movidos por la ignorancia se atrevían a violar esta ley, tenían que hacer frente a la aterradora experiencia de ver descender por la escalera-tornillo al ángel custodio de aquella reliquia que con estremecedores bramidos y ataviado con camiseta y calzoncillos (reglamentarios por supuesto) del ejército español, obligaba al desgraciado infractor a la terrible penitencia de lavar la cafetera delante de todos so pena de no volverla a usar JAMÁS!!
Salvo por estos justificados y esporádicos estallidos de cólera, tenía el ángel custodio Antón un carácter benefactor, y protector de todos los habitantes de esta casa que, a estas alturas del relato creo que ya identificamos todos como mágica.
Sin duda en la retina de todos los afortunados que vivimos allí, pervive la imagen de Antón, subiendo a grandes zancadas la escalera hacia la cocina y, blandiendo un gran paquete en su mano derecha y una bolsa de TESCO en la izquierda gritando….EUREKA!!!!!!!!!... 500 hamburguesas por 50 céntimos!!! Estáis todos invitados!!!!
Entonces era cuando los más famélicos y necesitados, aquellos de los que nadie se acuerda ni en las plegarias, hacían cola con su plato frente a la cocina mientras nuestro ángel-héroe, satisfecho por el deber cumplido, iba cocinando y despachando hamburguesas infatigablemente cual sacerdote que reparte la comunión.
Yo nunca las probé, creo que una educación en exceso condicionada por obsoletos prejuicios burgueses me hacía inclinarme una y otra vez hacia los espaguetis fritos con ajo.
Créame el paciente lector, que nunca me arrepentiré lo bastante de ello.

Gracias Edu.

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